viernes, 30 de agosto de 2013

LA CANCIÓN DEL VERANO III

 
 
 

Partzrí: la barbacoa epigráfica. Proceso.

 
3.- Preparación:

 
El Epigrafista se pertrecha de todo lo necesario para el evento. El entusiasmo vertido, así como las cantidades de condumio previsto, es directamente proporcional al tiempo transcurrido desde la última vez. Excepción a esta regla es la cantidad y calidad de cerveza adquirida con motivo del evento, la cual guarda relación directa con el número de miembros del Ente que se prevé asistan a la preparación de la misma.
 

Con el paso de los años (y de los infortunios parrilliles), nuestro héroe ha adquirido amplia experiencia de las pitanzas más o menos convenientes y adecuadas para sus tórridos fines. Sin embargo, quién sabe si contagiado por ese ansia innovadora aquemelocargo inherente a los experimentos de la Madreconcarné, o porque la necesidad es madre de toda inventiva, anualmente se aventura con alguna primicia.
 
En cuanto al combustible, los principios son claros: en presencia de leña suficiente, el carbón es reputado deletéreo para tan nobles fines. De ser necesario, se enviará a los menores del clan al bosque soto estante, en compañía de lobos y otras alimañas, para que recojan la madera necesaria, so pena de fuertes castigos (en todo caso, se les podría dar una caja de cerillas para que se calienten las ateridas manitas mientras cae la nieve).

Avisados los menores que ronden por las cercanías, éstos se aprestan gozosos a colaborar en la noble tarea de nutrir al clan por medio del tajazo y el fuego. El Epigrafista, cual moderno flautista de Hamelin, se dirige al leñero con la chavalería detrás en formación de a uno. Parte la leña con un hocil que corta tanto como un manojo de cucharas (ya era viejo en tiempos de Boanerges) y una buena dosis de aceite de bíceps. Distribuye la carga entre los asistentes y se dirigen a la susodicha barbacoa en orden y concierto.
 
 
Elaboración:

La tropa se apiña en torno a la barbacoa. Raudo como el viento, el Epigrafista enciende el fuego con la habilidad que lo caracteriza (no, no es guasa), y las llamas comienzan a corretear. Selecciona los maderos más adecuados conforme a la cantidad de brasa que ha de asolar la manducatoria prevista. El sol, inclemente, castiga las cabezas de nuestros achicharrados héroes. A partir de aquí se sucede un ir y venir de menores con encomiendas para la Madreconcarné, de las cuales la primera es, indefectiblemente, una cerveza. El Epigrafista se la toma con cautela, vigilando el fuego, presto para la aparición sorpresiva de la "chispa astuta" (célebre espécimen de centella, descrito por la Maestra, capaz de eludir el matachispas, escapar por la chimenea descendiendo posteriormente, saltar la tapia, y aterrizar varios metros más allá a ras de suelo, sorteando el verde follaje con habilidad sin parangón y cayendo precisamente en la única hoja seca presente en la maleza). Los menores acompañantes lo emulan con yogur de beber o zumo de naranja, mientras son instruidos desde su más tierna infancia en extremación de la prudencia, en que todas las precauciones son pocas, y en que las hogueras las carga el diablo, conque a ver.

 
Cuando las llamas están en lo más vivo, ha llegado el momento de limpiar la rejilla. Este proceso pone de manifiesto uno de los motivos por los que es preferible la noble leña al prosaico carbón vegetal. El Epigrafista somete dicho enrejado al flamígero elemento durante un buen rato, dando lugar al achicharre más total de elementos espurios que pensarse pudiere. Manda recado de tocino y papel de cocina, siendo que la Madreconcarné provee. La reja es frotada concienzudamente con el tocino, flameada de nuevo, y limpiada con el papel. La parrilla fulgura y resplandece bajo los abrasadores rayos del sol esperando recibir su preciosa carga.

 
Nuevos paseos de los rapaces avisan a la Madreconcarné de la inminencia del cocinado en sí, por lo que ésta apresta los útiles y dispone en fuentes la pitanza, (convenientemente cubierta para prevenir ataques de avispas enajenadas por los efluvios emanantes). El Epigrafista distribuye hábilmente las piezas haciendo corresponder la entidad y potencia de las brasas subyacentes al grosor de los elementos manducatorios. Tras el consabido vuelta y vuelta, que puede complementarse con ahumado de hierbas aromáticas socarradas, y transcurrido un tiempo prudencial, se examina si el grado de torre corresponde a las expectativas. En esto existe una gran diferencia según asista al proceso la otra parte del Ente, que es quien emite dictamen inapelable, o si no es así, en cuyo caso el Epigrafista envía a toda la chavalería en tropel con urgentes recados de requerimiento presencial de la Madreconcarné. Tampoco es infrecuente que la presencia del Ente al completo conlleve cierto punto excesivo en la cocción, junto con el transporte de diversas botellas de cerveza vacías de vuelta a la cocina. Consultados los interesados, dicen no hallar relación.
 
 
Condumio y conclusión:
 
Normalmente, la finalización del proceso nos pilla a los demás con el paso cambiado y sin la mesa puesta. Por tanto las bandejas son servidas en una mesa completamente desierta, enfriándose mientras, a toda prisa, se convoca a la concurrencia y se apareja lo necesario.

La Maestra testa el condumio y da su veredicto. El Ente celebra el éxito de la maniobra entre rugidos y resonar de vidrios. MamiManitas observa con suspicacia el estado de cocción, tildándonos a la postre de bárbaros y crudívoros, manifestando que un trozo ha mugido cuando lo pinchó con el tenedor, y cantando las loas de las suelas de zapato refritas. Los guajes observan el resultado con aprensión (unos con más aprensión que otros), solicitando hamburguesas a la abuela por lo bajinis. Aquí hay que decir que Dash es un valiente (en la última se comió enterita la prueba que le dio el Epigrafista recién sacada de la brasa, la cual, malhaya el destino, resultó ser el trozo más duro que había) y que, dados los antecedentes "alitas de pollo", esperamos con fruición la presencia de Ahijada en la próxima barbacoa. El resultado de todo ello es que la Madreconcarné no cocina en tres días además de sufrir un empacho rayano en la intoxicación cárnica.

Tras el banquete de rigor, el Epigrafista va a vigilar la posible resurrección de las brasas residuales y limpia la parrilla, que, cumplida su misión, dormitará en su lugar, a la espera de otra ocasión (¿acompañada de su nueva compañera de fatigas la plancha? Seguiremos informando).



 

Futuros hijos míos:

1.- El fuego es muy peligroso y esto no es broma. Haced caso de vuestro padre.

 
2.- En cuanto vuelvan a talar el bosque, iréis a por leña en compañía de los primos, no os quede duda ninguna.

 
3.- Vaaaaale, ya haremos alguna hamburguesa a la parrilla.









2 comentarios:

  1. Jajaja. Hay que ver para todo lo que da una barbacoa... El proceso de recogida de leña me ha recordado mucho a Dickens... Cuánta tragedia!!! Besotes!!!

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  2. Todo nace de una frase de Dash, que, le contaba a un amigo suyo: "y nos mandan al bosque, solos, a coger leña para el fuego". Sonaba tan dickensiano que estuvimos varios días haciendo leña de ello (nunca mejor dicho).

    (Estimados señores de Servicios Sociales: no es cierto que mandemos a los niños solos al bosque a por leña. Siempre va un adulto con ellos, que si no se entretienen y no me recogen nada.)

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